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Historia de Terror

Historia de Terror – #Escritura2018 2/52

Por Samantha Bañuelos R. | StevieVelvetDog


Todos los días revisas la pizarra de ofertas de empleo afuera de la agencia municipal sin mucha suerte, pero hoy hay un aviso redactado especialmente para ti: SE SOLICITA Asistente Administrativo en la Perrera Municipal. No se requiere experiencia previa. Presentarse con identificación oficial y solicitud elaborada.

Arrancas el pedacito de papel con la información necesaria y corres a tomar el camión para presentarte ese mismo día. Sientes una alegría extraña, siempre te han gustado los animales y esperas que no sean muy exigentes con la solicitud. Después de bajar del autobús todavía hay que cruzar un puente peatonal y subir tres cuadras cuesta arriba, pero tú te imagina ascendiendo a tu nuevo empleo.

Llegas a la edificación municipal, víctima de sórdido graffiti, tocas el timbre sin recibir respuesta. Tocas de nuevo y una voz grave, proveniente del fondo del recinto parece decir: ― ¡Pasé, esta abierto! ―. El olor a cloro es inevitable aún en la pequeña oficina administrativa. Te preocupa recibir al responsable con ojos llorosos, pero en eso entra un hombre enjuto de piel opaca que acaba de dejar un delantal, haciéndolo bola, en un tambo justo antes de salir del área de jaulas.

Sonríes tanto como puedes mientras proporcionas tu identificación y declaras tu interés por el trabajo, disculpándote por la premura y la falta de la solicitud. —No es necesaria la solicitud, puedes hacer una prueba ahora ― asegura el encargado, indicándote que le sigas. Asientes con la cabeza, como señal de disponibilidad y obediencia con la esperanza de obtener el empleo.

A la entrada del área de jaulas hay un par de mandiles plásticos. El hombre se coloca uno y te pide que hagas lo mismo. Las jaulas son como celdas de concreto con rejas algo oxidadas y en casi todas hay perros que al verte ladran y chillan llamando la atención. Te acercas a la celda más próxima y acaricias las cabezas de tres peludos, que tienen las caritas llenas de lagañas y tierra. Ves platos con agua pero nada de alimento, pero no reparas mucho en ello, sino en las diminutas lenguas que lamen tus manos.

― No te encariñes con ellos. ― dice el hombre, haciéndote dar un paso hacia tras y convirtiendo los ladridos en bajos chillidos. Todas las colas que viste moverse animosas ahora se esconden entre las patas de sus dueños. ― Sólo tienes 15 días para ser reclamados, de lo contrario tenemos que hacernos cargo de ellos, ese es nuestro trabajo ―.

Tragas saliva y sigues al hombre hacia un traspatio, pasando de largo por toda la hilera de jaulas conteniendo perros que te observa con ojos cristalinos y bien abiertos, como en una especie de visual despedida. El olor a desinfectante y algo más es penetrante, evitas toser apretando la boca disimuladamente para que el hombre no lo note. Preocupado por tu primera impresión, casi tropiezas con el encargado que ahora se ha detenido al centro del patio.

Tu disculpa queda a medias cuando vez un perro escuálido de mediano tamaño temblando a tu pies. Tiene la base de la cola y el cuello rapadas, su cabeza gacha gira para mirarte. La realidad del empleo y sus funciones te hiela la sangre, un frío glacial inunda tu cuerpo y quieres gritar pero no puedes. El hombre se acerca al perro con pinzas de carga que clava en las áreas rapadas, la debilidad del perro apenas le da para emitir un quejido y no deja de mirarte con esos ojos que encierran todo el dolor del mundo.

― Tu trabajo consistirá en raparlos, porque con pelo tarda más el procedimiento. Después pondrás el cuerpo en el contenedor para incineración. En el área de jaulas te encargarás del agua, no se les da alimento sólido, así sólo tenemos que limpiar orina y no heces. ― explica el hombre aquél que conecta la pinza restante a una batería de auto para cerrar el circuito. Y ahí frente a tus ojos la vida del perro restalla en un Bzzzt y se petrifica tornándose una estatua muerta.

El hombre responsable te mira y pregunta si puedes llevar los restos al contenedor. Aterrado apenas lograr pronunciar un sí, mientras retiras las pinzas con carne quemada y levantas el cuerpo del animal, que pesa más de lo podías calcular a simple vista, llenándote las manos de orina y pelos chamuscados. Con trabajo y con el perro muerto en brazos levantas la tapa del contenedor a medio llenar y arrojas el cadáver, antes de que el hedor te vuelva a golpear de lleno en la nariz.

El encargado de la perrera parece complacido, al parecer ha encontrado asistente. Ahora hay en ti un vacío que se llena de aullidos y ojos brillantes mientras sales del edificio, con la única indicación de que pueden empezar a laborar mañana mismo. Afuera el aire de la poluta ciudad se respira fresco y tus ojos empiezan llorar, quieres salir corriendo, gritar a la humanidad lo que ahí sucede y no regresar jamás.

Piensas sollozando sin percatarte de una caja junto a tus pies que empieza a moverse, alguien ha abandonado algo afuera de la perrera. Sin limpiarte la cara abres la caja para encontrarte un cachorro oscuro y algo sucio, tan pequeño como una vulnerable brizna de polvo. Lo sacas de la caja rellena con envolturas navideñas y lo abrazas sin dejar de llorar cada vez más. Gime en tu pecho para que lo vuelvas a mirar, una hembra de raza peluda con una mirada que contiene estrellas y ahora lame tu cara haciendo desaparecer las lágrimas. Sales de ahí con la perrita en brazos y te prometes regresar para, que de vez en cuando, salvar a uno de esos perros.

Dedicado a todas eras personas que hacen los 
trabajos que no deberían existir, pero por la 
irresponsabilidad humana tienen que hacerse.

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